La Navidad es, por lo general, la época más feliz del año por diferentes motivos. Vemos a familiares que durante el resto del año viven en otro lugar, los más pequeños se pasan el día jugando y a los adultos nos cuesta perder la sonrisa de la cara. Solemos tener cierta predisposición a que «nada» nos moleste y actuamos de forma más sencilla porque entendemos que la felicidad se encuentra en esos pequeños momentos que podemos atesorar para siempre haciendo una instantánea mental.
Y, hablando de instantáneas; desde hace unos años el protagonismo de la mayor parte de las fotografías navideñas se lo lleva, como habrás deducido, la comida.
¿Qué platos vas a fotografiar (y comer)?
Es posible que oigas ciertas fórmulas que oyes siempre del estilo «Unos huevos fritos con patatas y yo estoy bien» o «Escuchadme, pedimos una pizza y no nos complicamos». Y, oye, tampoco es mala idea. Realmente, no hay que dejarse un dineral ni estar horas preparando en menú renacentista de treinta y cinco platos divididos en tres servicios (que si quieres y puedes, adelante); pero quizá (quizá) agradezcas aprovechar y pasar más tiempo con quienes no puedes hacerlo el resto del año.
Nuestra recomendación ya la conoces; piensa en dar protagonismo a la carne, que salvo excepciones, siempre triunfa y se prepara con relativa facilidad.
Pero la Navidad no es extraordinaria por los atracones (aunque también eso está bien)
Quizá nos estamos adelantando hablando sobre este tema en noviembre (mira la fecha de publicación del artículo), y, de hecho, escribiremos un artículo dedicado a la Navidad más cerca de diciembre, pero nunca está de más plantearte lo siguiente antes de que te pille el toro:
Nada importa más que la oportunidad de estar con los tuyos y poder decirles cuantísimo les quieres; de disfrutar de conversaciones intrascendentales que te sacan carcajadas imposibles de sacar en otra época del año; de mirar alrededor en una reunión familiar y pensar «Aquí es donde quiero estar».